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sábado, 21 de mayo de 2011

Editorial San Pablo de Argentina.

Editorial San Pablo de Argentina.




LA CIENCIA HOY. ¿ Y MAÑANA . . . QUE?

Revista On Line - 


SAN PABLO‏.


Año IX - Nº 498.


Psicología.



¿Qué ves, cuando me ves?
Es innegable que nuestros niños y adolescentes conviven en una sociedad donde la “exaltación de lo fácil”, al decir del filosofo José Antonio Marina, es uno de los elementos que conforman un sistema de creencias, en el cual, lo adictivo cumple un rol fundamental.
Todo debe ser conseguido con el menor esfuerzo. 

La vivencia del ahora. 
La angustia por el futuro ya no implica 
un motor para lograr metas, sino un dolor que debe ser evitado.
Los medios de comunicación están dispuestos para este fin.

Sólo basta con ser un observador crítico y consciente de la publicidad: 
Creación del deseo y su consecuente satisfacción. 
La irrealidad se apodera de lo real.
Nuestra sociedad busca no sufrir. 

Una hermandad de laboratorios medicinales elabora la medicación justa para paliar ansiedades y frustraciones. 
Si no existe la enfermedad, se la inventa. 
Para cada dolencia, una receta. 
En alguna parte, leí que un médico europeo opinaba que, en la actualidad, se recetan tantos psicofármacos, porque se trata de un recurso cómodo. 
Por un lado, al paciente, la medicación le ofrece una calma inmediata y le quita la responsabilidad de interrogarse acerca de sus problemas existenciales. 
Por otro lado, al médico, le ahorra tiempo y no necesitaría realizar una entrevista más profunda. 
La cantidad de pacientes crece, y el bolsillo del profesional también. 
Las droguerías, de fiesta. 
Una sociedad adicta al consumo provee individuos con personalidades con tendencias adictivas. 
Los adolescentes, al vivir una etapa de crisis y al tratar de evadir los conflictos, recurren a salidas fáciles o formas de olvidarlos. La adicción es una enfermedad psicosocial frecuentemente progresiva y hasta fatal.
Se comienza casi distraídamente, por diversión y termina con consecuencias adversas incluso irreversibles. 

Las distorsiones del pensamiento y la negación son factores que juegan un papel primordial. 
Negar que se es adicto es la mejor manera para seguir siéndolo.
El vocablo adicción remite, casi siempre, a drogadicción. 

Se puede ser adicto a sustancias psicotrópicas como la nicotina, la cocaína, el éxtasis, la marihuana; pero también, a comportamientos específicos como los juegos de azar,  Internet, videos juegos. 
Todo es válido, si la respuesta es una sensación de placer.
Con el tiempo, ese bienestar decrece. 

Si los psicotrópicos, los psicofármacos, las drogas en general constituyen una respuesta de escape a los problemas que no se pueden o no se saben resolver, la posibilidad de adicción es mucho mayor que si se trata de motivos lúdicos o de satisfacción virtual.
Cuando la familia no aporta amor y contención, para el niño o el adolescente, se vuelve proveedora de situaciones como incomprensión, falta de comunicación,  golpes,  maltrato, rechazo,  abandono,  dificultades escolares,  pobreza absoluta, desamor. 

Se le suman juicios hacia lo que es y siente,  el castigo y la crítica constante,  reproches,  abandono emocional,  ausencia de apoyo o guía emocional,  sobreprotección,  padres  exigentes  y perfeccionistas,  abuso moral  o  físico.
En este ambiente inseguro y hostil, se desencadenarán conductas adictas.
Las personas, sobre todo los más jóvenes, que no son escuchados o tenidos en cuenta, al no sentirse amados buscarán donde puedan expresarse, ser aceptados y,  así,  huir del contexto que les produce dolor y angustia. “La mano de la adicción” está pronta a seducir con una pronta solución.

Las conductas adictivas producen depresión, sentimiento de culpa, autoestima baja, evasión de la realidad,  desamparo, prepotencia y  violencia.  Los adolescentes comienzan a formar parte de un círculo vicioso del cual no pueden salir. Algunos creen librarse de las dificultades, ser más populares,  mejores deportistas,  pensar mejor,  mantenerse más activos.  Sin embargo, pasado el efecto, inmediatamente se sienten culpables y causantes del daño,  para, otra vez,  caer en la adicción como modo de amortiguar su angustia.
Otros adolescentes intentan encajar en un grupo,  otros se vuelven adictos para ganarse la atención de sus padres o porque creen que algún tipo de adicción les ayudará a escapar de sus problemas, enfrentarse a la vida o controlar el estrés. Siempre se persigue la euforia del principio que nunca más se volverá a sentir.
Si bien, detrás de cada decisión, hay una elección; en el caso de los adolescentes, las circunstancias los llevan, la mayor parte de las veces, a consumir estimulantes externos como soporte o refugio para no caer en la confusión o el dolor emocional que pueden sentir, ya que les proporcionan placer, libertad, seguridad y fuerza momentánea.
En el fondo, las situaciones los desbordan y no saben qué hacer con lo que sienten y viven. Este padecimiento se debe, en gran parte, a que nuestra sociedad, y especialmente la educación, han descuidado la cultura emocional. Así es como los adolescentes callan, se frustran y se evaden creando un mundo al que creen pertenecer. Los ejemplos positivos brillan por su ausencia. Los docentes y padres, muchas veces, niegan y disfrazan lo que sienten, tratando de ser lo que no son (dan órdenes sin razón, prejuzgan sin escuchar). Las mismas inseguridades que el adulto siente se reflejan en los hijos y alumnos.
El adolescente se convierte en un individuo vulnerable a la adicción porque tiene miedo al fracaso, baja tolerancia a las frustraciones y una dependencia de afecto que representa temor de ser herido. Generarles una autoestima alta y ayudarlos a encontrar un sentido a la vida rodeado de vínculos afectivos sólidos y educarlos en la autonomía y responsabilidad redundará, como consecuencia, en un NO rotundo a cualquier tipo de adicción.

Para trabajar con los jóvenes
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